Los pecadores son llevados a estar en armonía
con la ley, 2 de febrero
Porque lo que era imposible
para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en
semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la
carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Romanos 8:3, 4. RJ 39.1
La ley revela al hombre sus
pecados, pero no dispone ningún remedio. Mientras promete vida al que obedece,
declara que la muerte es lo que le toca al transgresor. Sólo el Evangelio de
Cristo puede librarlo de la condenación o de la mancha del pecado. Debe
arrepentirse ante Dios, cuya ley transgredió, y tener fe en Cristo y en su
sacrificio expiatorio. Así obtiene remisión de “los pecados pasados”, y se hace
partícipe de la naturaleza divina. Es un hijo de Dios, pues ha recibido el
espíritu de adopción, por el cual exclama: “¡Abba, Padre!” RJ 39.2
¿Está entonces libre para
violar la ley de Dios? El apóstol Pablo dice: “¿Luego por la fe invalidamos la
ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley”. “Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” Y San Juan dice también: “Pues
este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no
son gravosos” Romanos 3:31; 6:2; 1 Juan 5:3. En el nuevo nacimiento el corazón
viene a quedar en armonía con Dios, al estarlo con su ley. Cuando se ha
efectuado este gran cambio en el pecador, entonces ha pasado de la muerte a la
vida, del pecado a la santidad, de la transgresión y rebelión a la obediencia y
a la lealtad. Terminó su antigua vida de separación con Dios; y comenzó la
nueva vida de reconciliación, fe y amor. Entonces “la justicia de la ley” se
cumplirá “en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu”. Y el lenguaje del alma será: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día
es ella mi meditación”. Salmos 119:97. RJ 39.3
“La ley de Jehová es perfecta,
que convierte el alma”. Salmos 19:7. Sin la ley, los hombres no pueden
formarse un justo concepto de la pureza y santidad de Dios ni de su propia
culpabilidad e impureza. No tienen verdadera convicción de pecado, y no sienten
necesidad de arrepentirse. Como no ven su condición perdida como violadores de
la ley de Dios, no se dan cuenta tampoco de la necesidad que tienen de la
sangre expiatoria de Cristo. Aceptan la esperanza de salvación sin que se
realice un cambio radical en su corazón ni una reforma en su vida. Así abundan
las conversiones superficiales, y multitudes se unen a la iglesia sin haberse
unido jamás con Cristo... Por la Palabra y el Espíritu de Dios quedan de
manifiesto ante los hombres los grandes principios de justicia encerrados en la
ley divina.—el Conflicto de los Siglos, 521-523. RJ 39.4
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