Orgullo quebrantado, 16 de febrero
Digo, pues, por la gracia que me es dada, a
cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el
que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe
que Dios repartió a cada uno. Romanos 12:3. RP 57.1
La aceptación de la verdad es uno de los medios que Dios utiliza
para santificar. Cuanto más claramente la entendamos, y más fieles seamos en
obedecerla, más humildes seremos en la estima propia. En consecuencia, más
exaltado será el concepto que tendrá de nosotros el universo celestial. Cuanto
menos egoístas sean nuestros esfuerzos en favor de Dios, seremos más semejantes
a Cristo, y, como consecuencia, mayor será nuestra influencia para el bien. RP
57.2
Hay una diferencia abismal entre el espíritu del mundo y el de
Cristo. Uno conduce al egoísmo, que se afana por los tesoros que serán
destruidos por el fuego en el día final, y el otro conduce al renunciamiento
propio y a la abnegación para obtener los tesoros imperecederos. RP
57.3
Cuando es recibido por la fe, el Espíritu Santo quebranta los
corazones contumaces. Esta es la esencia del poder santificador de la verdad,
la fuente de la fe que obra por amor y purifica el corazón. Toda verdadera
exaltación nace de la humillación desarrollada en la vida de Cristo, y
demostrada en el maravilloso sacrificio que realizó para salvar a los que
perecen. El que es exaltado por Dios, primero se ha humillado a sí mismo. El
Padre ensalzó a Cristo por sobre todo otro nombre, y sin embargo, al simpatizar
con la raza caída, primero descendió a las profundidades de la miseria humana a
fin de compartir su suerte con mansedumbre y bondad. De este modo, estableció
el ejemplo que deben seguir todos los que desean participar en su servicio. RP
57.4
“Aprended de mí—dijo el mayor de los Maestros que haya conocido el
mundo—, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas”. Mateo 11:29. No es suficiente leer la Palabra
de Dios. Nos fue dada para nuestra instrucción; por eso debemos investigarla
con diligencia y cuidado. Hay que estudiarla comparando un texto con otro. Ella
es la clave para su propia interpretación. Mientras la estudiemos y oremos,
junto a nosotros estará el divino Maestro, el Espíritu Santo, para iluminar
nuestra comprensión a fin de que podamos entender las grandes verdades de la
Palabra de Dios.—Pacific Union Recorder, 23 de febrero de 1905. RP
57.5
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