Jesús da poder para obedecer, 16 de febrero
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo,
según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al
trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro. Hebreos 4:15, 16. SSJ 53.1
Satanás representa la divina ley de amor como una ley de egoísmo.
Declara que nos es imposible obedecer sus preceptos. Imputa al Creador la caída
de nuestros primeros padres, con toda la miseria que ha provocado, e induce a
los hombres y a las mujeres a considerar a Dios como autor del pecado, del
sufrimiento y de la muerte. Jesús había de desenmascarar este engaño. Como uno
de nosotros, había de dar un ejemplo de obediencia. Para eso tomó sobre sí
nuestra naturaleza y pasó por nuestras vicisitudes. “Por lo cual debía ser en
todo semejante a sus hermanos”. Hebreos 2:17. SSJ
53.2
Si tuviésemos que soportar algo que Jesús no soportó, en ese
detalle Satanás representaría el poder de Dios como insuficiente para nosotros.
Por lo tanto, Jesús fue “tentado en todo según nuestra semejanza”. Soportó toda
prueba a la cual estamos sujetos. Y no ejerció en su favor poder alguno que no
nos sea ofrecido generosamente. Como hombre, hizo frente a la tentación, y
venció en la fuerza que Dios le daba. Él dice: “El hacer tu voluntad, Dios mío,
me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Salmos 40:8. SSJ
53.3
Mientras andaba haciendo bien y sanando a todos los afligidos de
Satanás, demostró claramente a los seres humanos el carácter de la ley de Dios
y la naturaleza de su servicio. Su vida testifica que para nosotros también es
posible obedecer la ley de Dios. SSJ
53.4
Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad,
se asía del trono de Dios. Como Hijo del Hombre nos dio un ejemplo de
obediencia; como Hijo de Dios nos imparte poder para obedecer... SSJ
53.5
Cristo fue tratado como nosotros merecemos, con el fin de que
nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por nuestros
pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos
ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. Él sufrió
la muerte nuestra con el fin de que pudiésemos recibir la vida suya. “Por su
llaga fuimos nosotros curados”. Isaías 53:5.—El Deseado de Todas las Gentes, 15-17. SSJ
53.6
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