Nacidos de
nuevo, 1 de febrero
Respondió Jesús y le dijo: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios. Juan 3:3. RP 42.1
“Venga tu reino. Hágase tu
voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Mateo 6:10. Durante toda su existencia Cristo
tuvo el propósito de dar a conocer la voluntad de Dios, tanto en la tierra como
en los cielos. Dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios... El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es”. Juan 3:3, 5, 6. RP 42.2
Para entrar a su reino Cristo
no reconoce como necesaria la pertenencia a ninguna casta, color o nivel
social. La admisión no depende de la riqueza o de la superioridad del linaje.
Todos los que nacen del Espíritu son súbditos. Es el carácter espiritual lo que
Cristo valora. Su reino no es de este mundo, y sus súbditos son los que
participan de la naturaleza divina, “habiendo huido de la corrupción que hay en
el mundo a causa de la concupiscencia”. Es Dios quien nos concede dicha gracia. RP 42.3
Cristo no encuentra a sus
súbditos ya preparados para su reino; los hace aptos mediante su poder divino.
Es la vida espiritual la que vivifica a los que están muertos en transgresiones
y pecados. Las facultades que Dios da para propósitos santos son refinadas,
purificadas y exaltadas. De este modo sus seguidores son guiados para formar un
carácter a la semejanza divina. Aunque no hayan usado bien sus talentos y por
ser desobedientes se hayan hecho siervos del pecado, e incluso Cristo haya sido
para ellos piedra de tropiezo y roca de agravio a causa de haber tropezado en
su Palabra, sin embargo, gracias a la atracción de su amor, al fin son
conducidos a la senda del deber. Cristo dijo: “He venido para que tengan vida,
y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10. RP 42.4
Jesús es la luz de la vida e
infunde su Espíritu a los que se dejan atraer con su poder invisible. Al
rechazar su servidumbre al pecado, y al entrar en la atmósfera espiritual, pueden
captar que han sido el pasatiempo de las tentaciones de Satanás, que han estado
bajo su dominio, y que felizmente lograron quebrar el yugo de la concupiscencia
de la carne. Satanás hace lo imposible para retenerlos. Los asalta con muchas
tentaciones, pero el Espíritu actúa con el propósito de renovar la imagen que
Dios creó en ellos.—The Review and Herald,
26 de marzo de 1895. RP 42.5
https://m.egwwritings.org/es/book/1772.2418
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