La ley de la
vida para el universo, exaltad a Jesús como el creador, 1 de febrero
Desde el principio tú fundaste
la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Salmos 102:25. EJ 40.1
Al principio, Dios se revelaba
en todas las obras de la creación. Fue Cristo quien extendió los cielos y echó
los cimientos de la tierra. Fue su mano la que colgó los mundos en el espacio,
y modeló las flores del campo. El “asienta las montañas con su fortaleza”,
“suyo es el mar, pues que él lo hizo”. Salmos 65:6; 95:5. Fue él quien llenó la tierra de hermosura
y el aire con cantos. Y sobre todas las cosas de la tierra, el aire y el cielo,
escribió el mensaje del amor del Padre. EJ 40.2
Aunque el pecado ha estropeado
la obra perfecta de Dios, esa escritura permanece. Aun ahora todas las cosas
creadas declaran la gloria de su excelencia. Fuera del egoísta corazón humano,
no hay nada que viva para sí. No hay ningún pájaro que surca el aire, ningún
animal que se mueve en el suelo, que no sirva a alguna otra vida. No hay
siquiera una hoja del bosque, ni una humilde brizna de hierba que no tenga su
utilidad. Cada árbol, arbusto y hoja emite ese elemento de vida, sin el cual no
podrían sostenerse ni el hombre ni los animales; y el hombre y el animal, a su
vez, sirven a la vida del árbol y del arbusto y de la hoja. Las flores exhalan
fragancia y ostentan su belleza para beneficio del mundo. El sol derrama su luz
para alegrar mil mundos. El océano, origen de todos nuestros manantiales y
fuentes, recibe las corrientes de todas las tierras, pero recibe para dar. Las
neblinas que ascienden de su seno, riegan la tierra, para que produzca y
florezca. EJ 40.3
Los ángeles de gloria hallan su
gozo en dar, dar amor y cuidado incansables a las almas que están caídas y
destituidas de santidad. Los seres celestiales desean ganar el corazón de los
hombres; traen a este obscuro mundo luz de los atrios celestiales; por un
ministerio amable y paciente, obran sobre el espíritu humano, para poner a los
perdidos en una comunión con Cristo aun más íntima que la que ellos mismos
pueden conocer. EJ 40.4
Pero apartándonos de todas las
representaciones menores, contemplamos a Dios en Jesús. Mirando a Jesús, vemos
que la gloria de nuestro Dios consiste en dar. “Nada hago de mí mismo”, dijo
Cristo; “me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre”. “No busco mi
gloria, sino la gloria del que me envió”. Juan 8:28; 6:57; 8:50; 7:18. En estas palabras se presenta el gran
principio que es la ley de la vida para el universo. Cristo recibió todas las
cosas de Dios, pero las recibió para darlas. Así también en los atrios
celestiales, en su ministerio en favor de todos los seres creados, por medio
del Hijo amado fluye a todos la vida del Padre; por medio del Hijo vuelve, en
alabanza y gozoso servicio, como una marea de amor, a la gran fuente de todo. Y
así, por medio de Cristo, se completa el circuito de beneficencia, que
representa el carácter del gran Dador, la ley de la vida.—El Deseado de Todas las Gentes, 11-13. EJ 40.5
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