Ciudadanos del cielo, 18 de febrero
Así que ya no sois extranjeros
ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios. Efesios 2:19. MGD 57.1
Los hijos de Dios, el verdadero
Israel, aunque dispersados entre todas las naciones, no son sino advenedizos en
la tierra, y su ciudadanía está en los cielos.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 475. MGD 57.2
La condición para ser recibidos
en la familia del Señor es salir del mundo, separarse de todas sus influencias
contaminadoras. El pueblo de Dios no debe tener vinculación alguna con la
idolatría bajo cualquiera de sus formas. Ha de alcanzar una norma más elevada.
Debemos distinguirnos del mundo, y entonces Dios dirá: “Os recibiré como
miembros de mi familia real, hijos del Rey celestial”. Como creyentes en la
verdad debemos diferenciarnos en nuestras prácticas del pecado y los pecadores.
Nuestra ciudadanía está en el cielo. MGD 57.3
Debiéramos comprender más
claramente el valor de las promesas que Dios nos ha hecho, y apreciar más
profundamente el honor que nos ha dado. Dios no puede dispensar mayor honor a
los mortales que el de adoptarlos en su familia, dándoles el privilegio de
llamarlo Padre. No hay ninguna degradación en llegar a ser hijos de Dios.—Fundamentals of Christian Education, 481. MGD 57.4
Somos extranjeros y peregrinos
en este mundo. Hemos de esperar, velar, orar y trabajar. Toda la mente, toda el
alma, todo el corazón y toda la fuerza han sido comprados por la sangre del
Hijo de Dios. No hemos de creer que tenemos el deber de usar un ropaje de
peregrino precisamente de un color o de una forma tales, sino que hemos de
emplear el atavío prolijo y modesto que la Palabra inspirada nos enseña a usar.
Si nuestros corazones están unidos con el corazón de Cristo, tendremos un deseo
muy intenso de ser vestidos de su justicia. Nada se colocará sobre la persona
para atraer la atención, o para crear polémica. MGD 57.5
¡Cristianismo: cuántos hay que no saben lo
que es! No es algo que nos ponemos encima en forma externa. Es una vida
infundida dentro de nosotros por la vida de Jesús. Significa que estamos usando
el manto de la justicia de Cristo.—Testimonios para los Ministros, 127, 128. MGD 57.6
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