Aprendiendo
y desaprendiendo, 21 de marzo
Y si alguno de vosotros tiene
falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin
reproche, y le será dada. Santiago 1:5. CV 86.1
Moisés pasó cuarenta años en
los desiertos de Madián, como pastor de ovejas. Aparentemente apartado para
siempre de la misión de su vida, recibió la disciplina esencial para su
realización.—La Educación, 59. CV 86.2
Moisés había aprendido muchas
cosas que debía olvidar. Las influencias que le habían rodeado en Egipto, el
amor a su madre adoptiva, su propia elevada posición como nieto del rey, el
libertinaje que reinaba por doquiera, el refinamiento, la sutileza y el misticismo
de una falsa religión, el esplendor del culto idólatra, la solemne grandeza de
la arquitectura y de la escultura; todo esto había dejado una profunda
impresión en su mente entonces en desarrollo, y hasta cierto punto había
amoldado sus hábitos y su carácter. El tiempo, el cambio de ambiente y la
comunión con Dios podían hacer desaparecer estas impresiones. Exigiría de parte
de Moisés mismo casi una lucha a muerte renunciar al error y aceptar la verdad;
pero Dios sería su ayudador cuando el conflicto fuese demasiado severo para sus
fuerzas humanas... CV 86.3
Para recibir ayuda de Dios, el
hombre debe reconocer su debilidad y deficiencia; debe esforzarse por realizar
el gran cambio que ha de verificarse en él... Muchos no llegan a la posición
que podrían ocupar porque esperan que Dios haga por ellos lo que él les ha dado
poder para hacer por sí mismos... CV 86.4
Enclaustrado dentro de los
baluartes que formaban las montañas, Moisés estaba solo con Dios. Los
magníficos templos de Egipto ya no le impresionaban con su falsedad y
superstición. En la solemne grandeza de las colinas sempiternas percibía la
majestad del Altísimo, y por contraste, comprendía cuán impotentes e
insignificantes eran los dioses de Egipto. Por doquiera veía escrito el nombre
del Creador. Moisés parecía encontrarse ante su presencia, eclipsado por su
poder. Allí fueron barridos su orgullo y su confianza propia. En la austera
sencillez de su vida del desierto, desaparecieron los resultados de la
comodidad y el lujo de Egipto. Moisés llegó a ser paciente, reverente y
humilde, “muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3), y sin embargo, era fuerte en su
fe en el poderoso Dios de Jacob. Historia de los Patriarcas y Profetas, 254, 255.* CV 86.5
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