Procúrese la ayuda de Jesús, no la de hombres
pecadores, 20 de marzo
Yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo. Mateo 28:20. EJ 87.1
Cristo tomó sobre sí la
humanidad. Puso de lado su manto y corona reales y renunció a su exaltada
posición de mando en las cortes celestiales. Al revestir su divinidad con la
humanidad, Cristo rodeó a la raza con su largo brazo humano. Se encuentra a la cabeza
de la humanidad como Salvador, no como pecador. Puede ocupar esa posición como
la seguridad del pecador, porque en su alma divina no hay ni la menor mancha de
pecado. Gracias a su santidad puede quitarnos nuestros pecados y colocarnos en
terreno ventajoso frente a Dios, si tan sólo creemos en él y confiamos en que
él es nuestra santificación y justicia... EJ 87.2
El ha prometido que si le piden
su sabiduría, se las concederá. Pero no siempre es esencial que conozcamos
todas las causas y razones. Deshonramos a Dios cuando nos esforzamos por
conseguir la ayuda de alguien que pensamos que comprende nuestro caso y que nos
puede ayudar. ¿Acaso no nos ha dado Dios a su Hijo unigénito? ¿No está Cristo
muy cerca de nosotros, y acaso no nos concederá la ayuda que necesitamos? “He
aquí yo estoy con vosotros todos los días—nos asegura—, hasta el fin del
mundo”. Su Palabra repite esta promesa vez tras vez... EJ 87.3
No me sorprende ver que en el
tiempo presente haya tanta debilidad donde debería haber fuerza. La razón de
esto es que en lugar de beber de las aguas puras del Líbano nos esforzamos por
apagar la sed en las cisternas de las tierras bajas, que no contienen el agua
de la vida. Confiamos en los seres humanos y quedamos frustrados y a menudo
confundidos... EJ 87.4
Al darle la espalda a Cristo
para buscar sabiduría en seres humanos finitos, le hemos hecho una gran
deshonra a nuestro Maestro. ¿Continuaremos acariciando el pecado de la
incredulidad, que nos envuelve tan fácilmente, o echaremos de nosotros este peso
de incredulidad y acudiremos a la fuente de la fortaleza creyendo que seremos
objeto de la piedad y la compasión de Aquel que conoce nuestra constitución, y
que nos ama de tal manera que dio su propia vida por nosotros y que soportó en
su propio cuerpo los azotes que lo castigaron a causa de nuestra transgresión
de la ley de Dios? Todo esto lo hizo para que pudiéramos transformarnos en
prisioneros de la esperanza. EJ 87.5
No somos corteses con Cristo.
No reconocemos su presencia. No nos damos cuenta de que él debe ser nuestro
huésped de honor, de que estamos rodeados por su extenso brazo humano, en tanto
que con su brazo divino se ase del trono del Infinito. Olvidamos que el
vestíbulo del cielo está inundado con la gloria que procede del trono de Dios, para
que su luz pueda descender directamente sobre las personas que buscan la ayuda
que solamente Cristo puede dar. A la mujer de Samaria le dijo: “Si conocieras
el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él
te daría agua viva”. Juan 4:10.—Manuscrito 144, 1901. EJ 87.6
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