Juan aprendió bien las lecciones de Jesús, 20
de marzo
Porque el Hijo del Hombre no ha
venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Lucas 9:56. RJ 85.1
En una ocasión, Cristo envió
mensajeros delante de El a una aldea de los samaritanos, pidiendo a la gente
que preparara alojamiento para El y sus discípulos. Pero cuando el Salvador se
acercó a la población, pareció querer seguir hacia Jerusalén. Esto suscitó la
enemistad de los samaritanos, y en lugar de enviar mensajeros para invitarlo y
aun urgirlo a que se detuviera con ellos, le retiraron las cortesías que
habrían dispensado a un caminante común. Jesús nunca impuso su presencia a
nadie, y los samaritanos perdieron la bendición que les habría sido otorgada,
si hubieran solicitado que fuera su huésped. RJ 85.2
Podemos maravillarnos de este
trato descortés hacia la Majestad del cielo; pero cuán frecuentemente somos
nosotros, los que profesamos ser seguidores de Cristo, culpables de un descuido
similar. ¿Le pedimos a Jesús que haga su morada en nuestros corazones y en
nuestros hogares? El está lleno de amor, de gracia, de bendición, y está listo
para concedernos estos dones; pero, a semejanza de los samaritanos, muchas
veces nos contentamos sin ellos. RJ 85.3
Los discípulos eran conscientes
del propósito que Cristo tenía de bendecir a los samaritanos con su presencia;
cuando vieron la frialdad, los celos, y la falta de respeto manifestados hacia
su Maestro, se llenaron de sorpresa e indignación. Santiago y Juan estaban
especialmente excitados. El que Aquel a quien ellos tan altamente reverenciaban
fuera tratado de esta suerte, les parecía un crimen demasiado grande para ser
pasado por alto sin un castigo inmediato. En su celo le dijeron: “Señor,
¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los
consuma?”Lucas 9:54. RJ 85.4
Jesús reprendió a sus
discípulos diciendo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo
del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para
salvarlas”Lucas 9:55, 56. Juan y los otros discípulos estaban
en una escuela, en la cual Cristo era el Maestro. Los que estaban listos para
ver sus propios defectos, y se sentían ansiosos de mejorar su carácter, tenían
amplia oportunidad de lograrlo. Juan atesoraba cada lección, y constantemente
trataba de colocar su vida en armonía con el Modelo divino. Las lecciones de
Jesús, que enseñaban que la mansedumbre, la humildad y el amor eran esenciales
para el crecimiento en la gracia, y un requisito que los capacitaba para su
trabajo, eran del más alto valor para Juan. Estas lecciones nos son dirigidas a
nosotros como individuos y como hermanos en la iglesia, así como a los primeros
discípulos de Cristo.—La edificación del carácter, 75-77. RJ 85.5
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