Las personas verdaderamente santificadas se
sienten indignas, 18 de marzo
Porque no elevamos nuestros
ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas
misericordias. Daniel 9:18. RJ 83.1
Los que experimenten la
santificación de que habla la Biblia, manifestarán un espíritu de humildad.
Como Moisés, contemplaron la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta
de su propia indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios
infinito. RJ 83.2
El profeta Daniel fue ejemplo
de verdadera santificación. Llenó su larga vida del noble servicio que rindió a
su Maestro. Era un hombre “muy amado” (Daniel 10:11) en el cielo. Sin embargo, en
lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios
se identificó con los mayores pecadores de Israel cuando intercedió cerca de
Dios en favor de su pueblo: “No elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en
nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Hemos pecado, hemos hecho
impíamente” Daniel 9:18, 15. RJ 83.3
Cuando Job oyó la voz del Señor
de entre el torbellino, exclamó: “Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y
ceniza”. Job 42:6. Cuando Isaías contempló la gloria
del Señor, y oyó a los querubines que clamaban: “¡Santo, santo, santo, Jehová
de los ejércitos!”, dijo abrumado “¡Ay de mí! que soy muerto”. Isaías 6:3, 5. Después de haber sido
arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no le es dado al hombre
expresar, San Pablo habló de sí mismo como del “más pequeño de todos los
santos” 2 Corintios 12:2-4; Efesios 3:8. RJ 83.4
No puede haber glorificación de
sí mismo, ni arrogantes pretensiones de estar libre de pecado, por parte de
aquellos que andan a la sombra de la cruz del Calvario. Harta cuenta se dan de
que fueron sus pecados los que causaron la agonía del Hijo de Dios y
destrozaron su corazón; y este pensamiento les inspira profunda humildad. Los
que viven más cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y la
culpa de su humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un
Salvador crucificado y resucitado. RJ 83.5
La santificación, tal cual la
entiende ahora el mundo religioso en general, lleva en sí misma un germen de
orgullo espiritual y de menosprecio de la ley de Dios que nos la presenta como
del todo ajena a la religión de la Biblia. Sus defensores enseñan que la
santificación es una obra instantánea, por la cual, mediante la fe solamente,
alcanzan perfecta santidad. “Tan sólo crean—dicen—y la bendición es de
ustedes”... Al mismo tiempo niegan la autoridad de la ley de Dios y afirman que
están dispensados de la obligación de guardar los mandamientos. ¿Pero será
acaso posible que los hombres sean santos y concuerden con la voluntad y el
modo de ser de Dios, sin ponerse en armonía con los principios que expresan su
naturaleza y voluntad, y enseñan lo que le agrada?—el Conflicto de los Siglos, 524, 525. RJ 83.6
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