El precio del pecado, 18 de marzo
Dios desea que veamos la hermosura natural del mundo. Desea que la
veamos y eduquemos a nuestros hijos para que vean que es una expresión del amor
de Dios por el hombre. Hay una voz que les habla a ustedes, padres, para
ablandar y subyugar sus corazones. Recuerden siempre al que hizo el cielo y la
tierra, al que revistió el mundo con esa alfombra de terciopelo verde, que nos
ha dado los encumbrados árboles recubiertos de su verde follaje. Pero en lugar
de alabar a Dios, que hizo todas estas cosas, los seres humanos hablan de las
cosas hechas por el hombre, y piensan en sus hermosas casas y en sus ropas tan
ricamente adornadas. Todo esto requiere tiempo y dinero. ¡Y eso significa almas! CDCD 84.2
Dios nos ha dado dinero a fin de que lo empleemos para su gloria.
¡Oh, si se pudiera descorrer el velo y si sólo pudiéramos tener una vislumbre
del amor de Dios que sobrepuja todo entendimiento! Apenas me atrevo a referirme
a la gloria que nos espera. ¿A quienes? A cada alma que haya sido probada y que
tenga la mira puesta en la gloria de Dios, que sea leal a la verdad del cielo.
El honor, la gloria y los aplausos del mundo no valen nada para nosotros. CDCD 84.3
¿Qué pasa con el alma que ha aceptado a Jesucristo como su
Salvador personal? El amor fluye del corazón divino al del creyente. ¿Qué hace
entonces ese corazón? Se dedica a servir a Dios y a guardar sus mandamientos
para que no se lo encuentre en la condición de Adán y Eva después de la
transgresión. No podemos permitir esto. No podemos darnos el lujo de pecar. El
pecado es realmente muy caro... CDCD 84.4
Queremos entrar por las puertas de la ciudad eterna. Cuando se
abran las puertas de perla, desearemos escuchar la bienvenida. Queremos que
ciña nuestra frente la corona de gloria inmortal. Queremos recibir la túnica
tejida en el telar del cielo, tan blanca que no hay blanqueador en la tierra
que pueda lograr su pureza. Queremos ver al Rey en su hermosura y contemplar
sus incomparables encantos... Les ruego que depositen sus tesoros en el cielo.
Líbrense de todo lo que confunda la mente y les impida establecer la diferencia
que existe entre lo sagrado y lo común.—Manuscrito 20, del 18 de marzo de 1894, “El
cuidado del Padre por sus hijos”.
Comentarios
Publicar un comentario