Fraternidad, 19 de marzo
La gloria que me diste, yo les
he dado, para que sean uno, así como nosotros somos unos. Yo en ellos, y tú en
mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Juan 17:22, 23. RP 89.1
Se presentan grandes desafíos
al esfuerzo cristiano; lamentablemente estamos muy distantes de alcanzarlos. Si
nuestras prácticas armonizaran con los planes del Señor, los resultados serían
gloriosos. El dice: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que
han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno en
nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste”. Juan 17:20, 21. RP 89.2
Jesús no oró por lo que están
fuera de nuestro alcance. Y si la unidad es posible, ¿por qué los seguidores de
Cristo no luchamos con más intensidad para alcanzar este don de su gracia?
Cuando seamos uno con Cristo, llegaremos a ser uno con sus otros seguidores.
Nuestra mayor necesidad es Jesús, la esperanza de gloria. Mediante el Espíritu
Santo es posible lograr dicha unidad; con ella abundará el amor entre los
hermanos, y la gente reconocerá que lo aprendimos al estar con Jesús. Nuestras
vidas serán un reflejo de su carácter santo si representamos su mansedumbre de
espíritu y su delicadeza de comportamiento. Individualmente, la iglesia de Dios
debe responder la oración de Cristo hasta que todos lleguemos a la unidad del
Espíritu. RP 89.3
¿Cuáles son las causas de las
disensiones y las discordias? Es el resultado de vivir sin relacionarnos con
Cristo. Al alejarnos dejaremos de amarlo, y, como consecuencia, se enfriará
nuestras relaciones con otros seguidores del Maestro. Cuanto más lejos se
retiran los rayos de luz de su centro, tanto mayor será la distancia que
separará al uno del otro. Cada creyente es un rayo de luz de Cristo, el Sol de
Justicia. Cuanto más cerca estemos de Jesús, el centro de luz y amor, más
intenso será nuestro afecto por los otros portadores de la luz. Cuando los
santos permiten que Cristo los atraiga, mayor será la necesidad de sentirse
cerca el uno del otro por la santificadora gracia del Señor que ata sus
corazones. No podemos decir que amamos a Dios si fallamos en amar a nuestros hermanos.—The Ellen G. White
1888 Materials, 1048, 1049. RP 89.4
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