Bondad, 8 de
marzo
Mas yo os digo que de toda
palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás
condenado. Mateo 12:36, 37. RP 78.1
Dios desea que individualmente
adoptemos una posición que le permita hacernos depositarios de su amor. Por
considerar que el ser humano es de muchísimo valor, lo redimió mediante el
sacrificio de su Hijo unigénito. Por lo tanto, en nuestro prójimo debemos ver a
alguien rescatado por la sangre de Cristo. Si nos amamos entre nosotros,
continuaremos creciendo en amor por Dios y por la verdad. Duele mucho el
corazón al ver cuán poco se cultiva el amor en nuestro medio. El amor es una
planta de origen celestial, y si deseamos que florezca en nuestros corazones,
debemos cultivarlo diariamente. La apacibilidad, la delicadeza, el no dejarse
irritar con facilidad, el soportar todas las cosas y el ser paciente
constituyen preciosos frutos del árbol del amor. RP 78.2
Al estar con otros, cuide sus
palabras. Que la conversación sea de tal naturaleza que no necesite
arrepentirse. “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis
sellados para el día de la redención”. Efesios 4:30. “El hombre bueno, del buen
tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca
malas cosas”. Mateo 12:35. Si usted tiene el amor de Dios en
su corazón y ama la verdad, con la fe más santa deseará contribuir al
desarrollo de su hermano. Si oye algún comentario que perjudica a un amigo o
hermano, no lo fomente; es obra del enemigo. Al que lo exprese, bondadosamente
recuérdele que la Palabra de Dios prohíbe esa clase de conversación. RP 78.3
Debemos vaciar el corazón de
todo lo que profane el templo del creyente para que Cristo pueda habitar en él.
Nuestro Redentor nos ha dicho cómo podemos darlo a conocer al mundo. Si
apreciamos al Espíritu, manifestaremos amor por los otros, velaremos por sus
intereses, y si, gracias a esos frutos, somos bondadosos, pacientes y
perdonadores, el mundo tendrá las evidencias de que somos hijos de Dios. Es la
unidad en la iglesia la que nos capacita para ejercer una concienzuda
influencia entre los no creyentes y los mundanos.—The Review and Herald,
5 de junio de 1888. RP 78.4
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