Vivamos la nueva vida, 9 de abril
Así que, todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con
ellos; porque esto es la ley y los profetas. Mateo 7:12. CDCD 106.1
Cristo vino a enseñarnos no
solamente lo que debemos saber y creer, sino también lo que debemos hacer al
relacionarnos con Dios y nuestro prójimo. La regla de oro de la justicia
requiere que hagamos con los demás lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros:
“Han sido adquiridos con la sangre del Salvador; han sido comprados por precio”. CDCD 106.2
En toda nuestra relación con
nuestros prójimos, ya sean creyentes o no, debemos tratarlos como Cristo los
trataría en nuestro lugar. Si es para nuestro bien presente y eterno obedecer
la ley de Dios, será para su bien presente y eterno que lo hagan también.
Nuestra meta más alta debe consistir en que seamos para ellos obreros médico
misioneros de acuerdo con la orden de Cristo... CDCD 106.3
Todos los que entren por las
puertas de perla en la ciudad de Dios, deberán haber manifestado a Cristo en
todas sus actividades. Esto es lo que los convierte en mensajeros de Cristo, en
sus testigos. Deben dar un testimonio claro y definido contra todo mal
proceder, y señalar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El da
poder, a todos los que recibe, de ser hijos de Dios. CDCD 106.4
La regeneración es la única
senda por medio de la cual podemos llegar a la ciudad santa. Es angosta, y
estrecha la puerta de entrada, pero por ella debemos guiar a hombres, mujeres y
niños, enseñándoles que para ser salvos deben tener un nuevo corazón y un nuevo
espíritu. Los antiguos rasgos de carácter hereditarios deben ser vencidos. Los
deseos naturales del alma deben cambiar. Se debe renunciar a todo engaño, toda
falsificación y toda maledicencia. Hay que vivir una vida nueva, que hace de
hombres y mujeres seres semejantes a Cristo. Debemos nadar, por así decirlo,
contra la corriente del mal. CDCD 106.5
El camino que conduce al cielo
es angosto, cercado por la ley divina de Jehová. Los que lo siguen deben
negarse constantemente a sí mismos. Deben obedecer las enseñanzas de Cristo...
No confiemos en el hombre, sino en Jesucristo, que murió para que pudiéramos
obtener justicia.—Carta 103, del 9 de abril de 1905, dirigida a
E. S. Ballenger, uno de los administradores del Sanatorio Paradise Valley. CDCD 106.6
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