Vestidos con la justicia de Cristo, 26 de enero
Pablo se daba cuenta de su debilidad y bien podía desconfiar de
sus propias fuerzas. Refiriéndose a la ley, exclamó: “El mismo mandamiento que
era para vida, a mí me resultó para muerte”. Romanos 7:10. Había confiado en las obras de
la ley. Refiriéndose a su propia justicia exterior, dice que “en cuanto a la
justicia que es en la ley, irreprensible”. Filipenses 3:6. Por eso es que había colocado
su confianza en su propia justicia. Pero cuando se miró en el espejo de la ley
que fue colocado delante de él, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, lleno de
faltas, manchado con el pecado, exclamó: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo de muerte?” Romanos 7:24. EJ 34.2
Pablo contempló al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Escuchó la voz de Cristo diciendo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí”. Juan 14:6. Entonces decidió valerse de los
beneficios de la gracia salvadora, para morir a las transgresiones y el pecado,
para ver que su culpa fuera lavada en la sangre de Cristo, para ser vestido con
la justicia de Cristo, para ser una rama de la Vid viviente. Caminó con Cristo,
y Jesús llegó a ser para él no sólo una parte de la salvación, mientras que sus
propias buenas obras constituían la otra, sino el todo en todo, lo primero y lo
último y lo mejor en todas las cosas. El poseía la fe que extrae vida de
Cristo, que lo capacitó para conformar su vida con la del ejemplo divino. Esta
fe no reclama nada para su poseedor apoyándose en su justicia, sino que lo
reclama todo en virtud de la justicia de Cristo. EJ 34.3
En el Evangelio se retrata el carácter de Cristo. Al descender de
su trono, peldaño tras peldaño, su divinidad fue velada por la humanidad. Pero
en sus milagros, sus doctrinas, sus sufrimientos, su traición, en la burla que
soportó, en su juicio, su muerte por crucifixión, su tumba entre los ricos, su
resurrección, sus cuarenta días sobre la tierra, su acensión, su triunfo, su
sacerdocio, están contenidos los inagotables tesoros de la sabiduría,
registrados para nosotros por la inspiración en la Palabra de Dios. Las aguas
de vida todavía fluyen en corrientes abundantes de salvación. Los misterios de
la redención, la mezcla de lo divino con lo humano en Cristo, su encarnación,
sacrificio y mediación, serán suficientes para proveer para siempre a las
mentes, los corazones, las lenguas y las plumas con temas para el pensamiento y
la expresión. El tiempo no será suficiente para agotar las maravillas de la
salvación, porque Cristo será la ciencia y el canto de los redimidos durante
las edades eternas. Para siempre continuarán produciéndose nuevas evidencias de
la perfección y la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Y ahora corresponde
manifestar una confianza perfecta en su mérito y su gracia; hay que desconfiar
de uno mismo y tener una fe viviente en él.—The Signs of the
Times, 24 de noviembre de 1890.
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