¿Dios o los ídolos? 26 de enero
Los ídolos de ellos son plata y
oro, obra de manos de hombres... Semejantes a ellos son los que los hacen, y
cualquiera que confía en ellos. Salmos 115:4, 8. CV 32.1
En los días de Noé pesaba sobre
la tierra una doble maldición, como consecuencia de la transgresión de Adán y
del asesinato cometido por Caín. No obstante esta circunstancia, la faz de la
naturaleza no había cambiado mucho... El linaje humano aún conservaba mucho de
su vigor original. Sólo pocas generaciones habían pasado desde que Adán había
tenido acceso al árbol que había de prolongar la vida; y la unidad de la
existencia del hombre era todavía el siglo. Si aquellas personas dotadas de
longevidad hubieran dedicado al servicio de Dios sus excepcionales facultades
para hacer planes y ejecutarlos, habrían hecho del nombre de su Creador un
motivo de alabanza en la tierra... Pero dejaron de hacerlo... CV 32.2
No deseando conservar a Dios en
su memoria, no tardaron en negar su existencia. Adoraban a la naturaleza en
lugar de rendir culto al Dios de la naturaleza... Bosques extensos, que
conservaban su follaje siempre verde, eran dedicados al culto de dioses
falsos... Los hombres eliminaron a Dios de su mente, y adoraron las creaciones
de su propia imaginación; y como consecuencia, se degradaron más y más.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 78, 79. CV 32.3
No todos los hombres de aquella
generación eran idólatras en el sentido estricto de la palabra. Muchos
profesaban ser adoradores de Dios. Alegaban que sus ídolos eran imágenes de la
Deidad, y que por su medio el pueblo podía formarse una concepción más clara
del Ser divino. Esta clase sobresalía en el menosprecio del mensaje de Noé. Al
tratar de representar a Dios mediante objetos materiales, cegaron sus mentes en
lo que respectaba a la majestad y al poder del Creador; dejaron de comprender
la santidad de su carácter, y la naturaleza sagrada e inmutable de sus requerimientos.—Ibid. 82, 83. CV 32.4
El hombre no se elevará más
allá de sus conceptos acerca de la verdad, la pureza y la santidad. Si el
espíritu no sube nunca más arriba que el nivel humano, si no se eleva mediante
la fe para comprender la sabiduría y el amor infinitos, el hombre irá hundiéndose
cada vez más. Los adoradores de falsos dioses revestían a sus deidades de
cualidades y pasiones humanas, y rebajaban así sus normas de carácter a la
semejanza de la humanidad pecaminosa. Ibid. 79, 80.* CV 32.5
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