Caminar con Dios por medio de la oración, 26 de
enero
Y caminó Enoc con Dios...
trescientos años, y engendró hijos e hijas... Caminó, pues, Enoc con Dios, y
desapareció, porque le llevó Dios. Génesis
5:22, 24. SSJ 32.1
Mientras atendemos nuestros
quehaceres diarios, deberíamos elevar el alma al cielo en oración. Estas
peticiones silenciosas suben como incienso ante el trono de la gracia y los
esfuerzos del enemigo quedan frustrados. El cristiano cuyo corazón se apoya así
en Dios, no puede ser vencido. No hay malas artes que puedan destruir su paz.
Todas las promesas de la Palabra de Dios, todo el poder de la gracia divina,
todos los recursos de Jehová están puestos a disposición para asegurar su
libramiento... Así fue como anduvo Enoc con Dios. Y Dios estaba con él,
sirviéndole de pronto auxilio en todo momento de necesidad. SSJ
32.2
La oración es el aliento del
alma. Es el secreto del poder espiritual. No se la puede sustituir por ningún
otro medio de gracia y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración
pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los
tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la
oración, u órese espasmódicamente, de vez en cuando, según parezca propio, y se
perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales perderán su
vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor... SSJ
32.3
Es algo maravilloso que podamos
orar eficazmente; que seres mortales indignos y sujetos a yerro posean la
facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podrían
desear los seres humanos que la de estar unidos con el Dios infinito? Los seres
humanos, débiles y pecaminosos, tienen el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos
pronunciar palabras que alcancen el trono del Monarca del Universo. Podemos
hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra. SSJ
32.4
Podemos comulgar con Dios en
nuestro corazón; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos
nuestro trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón sin que lo
oiga oído humano alguno; pero esa palabra no puede perderse en el silencio ni
caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del
trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien
hablamos, y él oye nuestra oración.—Mensajes para los Jóvenes, 247, 248. SSJ
32.5
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