Un nombre sagrado, 27 de marzo
Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea tu nombre. Mateo 6:9. MGD 94.1
Para santificar el nombre del
Señor se requiere que las palabras que empleamos al hablar del Ser Supremo sean
pronunciadas con reverencia. “Santo y terrible es su nombre”. Salmos 111:9. Nunca debemos mencionar con
liviandad los títulos ni los apelativos de la Deidad. Por la oración entramos
en la sala de audiencia del Altísimo y debemos comparecer ante él con pavor
sagrado. Los ángeles velan sus rostros en su presencia. Los querubines y los
esplendorosos y santos serafines se acercan a su trono con reverencia solemne... MGD 94.2
Pero santificar el nombre del
Señor significa mucho más que esto. Podemos manifestar, como los judíos
contemporáneos de Cristo, la mayor reverencia externa hacia Dios, y no obstante
profanar su nombre continuamente. “El nombre de Jehová” es: “Fuerte, misericordioso,
y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad... que perdona la
iniquidad, la rebelión, y el pecado”. Éxodo 34:6, 7. Se dijo de la iglesia de
Cristo: “Esto es lo que la llamarán: Jehová, justicia nuestra”. Jeremías 33:16. Este nombre se da a todo
discípulo de Cristo. Es la herencia del hijo de Dios. La familia se conoce por
el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en tiempo de tribulación y gran dolor
oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre; no nos desampares”. Jeremías 14:9. MGD 94.3
Este nombre es santificado por
los ángeles del cielo y por los habitantes de los mundos sin pecado. Cuando
oráis: “Santificado sea tu nombre”, pedís que sea santificado en este mundo, en
vosotros mismos. Dios os ha reconocido delante de hombres y ángeles como sus
hijos; rogad que no deshonréis el “buen nombre que fue invocado sobre
vosotros”. Santiago 2:7. Dios os envía al mundo como sus
representantes. ¡En todo acto de la vida, debéis manifestar el nombre de Dios!
Esta petición exige que poseáis su carácter. No podéis santificar su nombre ni
representarle ante el mundo, a menos que en vuestra vida y carácter
representéis la vida y el carácter de Dios. Lo podéis hacer únicamente cuando aceptáis
la gracia y la justicia de Cristo.—El
Discurso Maestro de Jesucristo, 88, 89. MGD 94.4
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