Exaltemos al salvador resucitado, 27 de marzo
Mas ahora Cristo ha resucitado
de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. 1 Corintios 15:20. EJ 94.1
Había llegado el tiempo en que
Cristo había de ascender al trono de su Padre. Como conquistador divino, había
de volver con los trofeos de la victoria a los atrios celestiales. Antes de su
muerte, había declarado a su Padre: “He acabado la obra que me diste que
hiciese”. Después de su resurrección, se demoró por un tiempo en la tierra, a
fin de que sus discípulos pudiesen familiarizarse con él en su cuerpo
resucitado y glorioso. Ahora estaba listo para la despedida. Había demostrado
el hecho de que era un Salvador vivo. Sus discípulos no necesitaban ya
asociarle en sus pensamientos con la tumba. Podían pensar en él como
glorificado delante del universo celestial. EJ 94.2
Como lugar de su ascensión,
Jesús eligió el sitio con tanta frecuencia santificado por su presencia
mientras moraba entre los hombres... Cristo estuvo sobre el monte de las
Olivas, contemplando a Jerusalén con corazón anhelante. Los huertos y
vallecitos de la montaña habían sido consagrados por sus oraciones y lágrimas.
En sus riscos habían repercutido los triunfantes clamores de la multitud que le
proclamaba rey. En su ladera había hallado un hogar con Lázaro en Betania. En
el huerto de Getsemaní, que estaba al pie, había orado y agonizado solo. Desde
esta montaña había de ascender al cielo. En su cumbre, se asentarán sus pies
cuando vuelva. No como varón de dolores, sino como glorioso y triunfante rey,
estará sobre el monte de las Olivas mientras que los aleluyas hebreos se
mezclen con los hosanas gentiles, y las voces de la grande hueste de los
redimidos hagan resonar esta aclamación: Coronadle Señor de todos... EJ 94.3
Al llegar al monte de las
Olivas, Jesús condujo al grupo a través de la cumbre, hasta llegar cerca de
Betania. Allí se detuvo y los discípulos le rodearon. Rayos de luz parecían
irradiar de su semblante mientras los miraba con amor. No los reprendió por sus
faltas y fracasos; las últimas palabras que oyeron de los labios del Señor
fueron palabras de la más profunda ternura. Con las manos extendidas para
bendecirlos, como si quisiera asegurarles su cuidado protector, ascendió
lentamente de entre ellos, atraído hacia el cielo por un poder más fuerte que
cualquier atracción terrenal. Y mientras él subía, los discípulos, llenos de
reverente asombro y esforzando la vista, miraban para alcanzar la última
vislumbre de su Salvador que ascendía. Una nube de gloria le ocultó de su
vista; y llegaron hasta ellos las palabras: “He aquí, yo estoy con vosotros
todos los días, hasta el fin del mundo”, mientras la nube formada por un carro
de ángeles le recibía. Al mismo tiempo, flotaban hasta ellos los más dulces y
gozosos acordes del coro celestial.—El Deseado de Todas las Gentes, 769-771. EJ 94.4
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