Piedad, 27 de marzo
Caminó, pues, Enoc con Dios, y
desapareció, porque le llevó Dios. Génesis 5:24. RP 97.1
La piedad es el fruto del
carácter cristiano. Si permanecemos en la vid, produciremos los frutos del
Espíritu. La vida de la vid se manifiesta por intermedio de los sarmientos.
Debemos mantener una estrecha e íntima relación con el cielo si deseamos poseer
la virtud de la piedad. Si deseamos reflejar su imagen, y queremos demostrar
que somos hijos e hijas del Altísimo, en nuestros hogares Jesús debe ser
huésped y miembro de la familia. RP 97.2
La religión en el hogar es
fundamental. Si el Señor habita entre sus integrantes, sentiremos que somos
miembros de la familia celestial. El ser conscientes de que hay ángeles del
cielo que nos observan, contribuirá para que seamos amables y pacientes.
Necesitamos prepararnos para entrar en las cortes celestiales, y para ello
debemos cultivar la cortesía, la piedad, la conversación santa y centrar los
pensamientos en temas de origen celestial. RP 97.3
Enoc caminó con Dios. Honró al
Señor en cada asunto de su vida. En el trabajo o en el hogar, siempre
preguntaba: “¿Agradará esto al Señor?” Al tener en mente a Dios y al aceptar
sus consejos, fue produciéndose la transformación del carácter de tal manera
que lo convirtió en un hombre piadoso, cuya vida agradó al Señor. Tenemos la
exhortación de añadir a la piedad, afecto fraternal. ¡Oh, cuánto necesitamos
avanzar en esta dirección para poder sumar dicha virtud al carácter! En muchos
hogares predomina un espíritu duro y combativo. Las expresiones de crítica y
las acciones desprovistas de bondad son una ofensa a Dios. Las órdenes
dictatoriales, arrogantes, y las conductas dominantes no son aceptables en el
cielo. La razón por la cual existen tantas diferencias entre los hermanos, es
por que se han equivocado al no añadir a su carácter la bondad fraternal.
Deberíamos manifestar por los otros el mismo amor que Cristo siente por
nosotros. RP 97.4
El Señor del cielo considera al
ser humano de gran estima. Pero si una persona no es bondadosa en el seno de su
propio familia, no está en condiciones para participar del hogar celestial. Si
está contenta con su manera de ser, sin importarle las heridas causadas por su
trato, no podrá sentirse feliz en el cielo, a menos que allí pueda gobernar. La
paz de Dios permanecerá en el hogar sólo si permitimos que el amor de Cristo
tenga el control del corazón.—The Review and Herald, 21 de febrero de 1888.* RP 97.5
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