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Protegido por serafines


Protegido por serafines, 5 de marzo

Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Isaías 6:1. MGD 72.1
Cuando Dios estaba por mandar a Isaías con un mensaje para su pueblo, primero dio al profeta una visión que le permitió penetrar con la mirada en el lugar santísimo del santuario. De repente parecieron levantarse o apartarse la puerta y el velo interior del templo, y él pudo mirar adentro, al lugar santísimo, donde ni siquiera los pies del profeta podían entrar. Se presentó delante de él una visión de Jehová sentado en un trono elevado, mientras que la estela de su gloria llenaba el templo. En derredor del trono había serafines, como guardas alrededor del gran Rey, que reflejaban la gloria que los rodeaba. Al repercutir sus cantos de alabanza en profundas notas de adoración, temblaban las columnas de la puerta, como si las agitase un terremoto. Con labios no mancillados por el pecado, estos ángeles expresaban las alabanzas de Dios. “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos—clamaban—toda la tierra está llena de su gloria”. Isaías 6:3. MGD 72.2
Los serafines que rodean el trono están tan embargados de reverente temor al contemplar la gloria de Dios, que ni por un instante se miran a sí mismos con admiración. Sus loores son para Jehová de los ejércitos. Al penetrar su mirada en el futuro, cuando toda la tierra esté llena de su gloria, el canto triunfal repercutirá del uno al otro en melodiosos acentos: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos”. Están plenamente satisfechos con glorificar a Dios; morando en su presencia, bajo su sonrisa de aprobación, no desean otra cosa.—Obreros Evangélicos, 21, 22. (Traducción revisada.) MGD 72.3
El Hijo de Dios circundó de amor este mundo que Satanás reclamaba como suyo y gobernaba con tiranía cruel, y lo ligó de nuevo al trono de Jehová por una obra inmensa. Los querubines, serafines y las huestes innumerables de todos los mundos no caídos entonaron himnos de loor a Dios y al Cordero cuando su victoria quedó asegurada. Se alegraron de que el camino a la salvación se hubiera abierto al género humano pecaminoso y porque la tierra iba a ser redimida de la maldición del pecado.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 86. MGD 72.4

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