Paciencia, 6 de marzo
Vestíos, pues, como escogidos
de Dios, santos, amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de
humildad, de mansedumbre, de paciencia. Colosenses 3:12. RP 76.1
El Capitán de nuestro salvación
no reclamó para sí ninguna posición honrosa. En cambio, tomó la forma de siervo
para que la humanidad pudiera relacionarse con la divinidad. El hombre debe
representar a Cristo. Para ello, necesita ser paciente con sus congéneres,
perdonador y lleno de un amor semejante al de Cristo. El que está
verdaderamente convertido manifestará respeto por sus hermanos y estará
dispuesto a proceder como el Señor lo ordenó. Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo
os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis
unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis
amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35. El creyente en quien abunda el
amor de Dios manifestará tal expresión de ese amor que será comprendido por el
mundo... RP 76.2
No todo el que habla de Cristo
es uno con él. Los que no tienen el Espíritu y la gracia de Jesús no son suyos,
no importa lo que profesen. Por sus frutos los conoceréis. Las prácticas y
costumbres que siguen los dictados del mundo no promueven los principios de la
ley de Dios. Y por no tener el aliento de su Espíritu, tampoco expresan su
carácter. La semejanza a Cristo será revelada únicamente por los que se
asemejan a la imagen divina. Sólo los que son modelados mediante el Espíritu
Santo, pueden llegar a ser hacedores de la Palabra. Esta los pone en
condiciones de dar a conocer la mente y la voluntad de Dios. RP 76.3
En el mundo existe una falsificación
del cristianismo genuino. El verdadero espíritu del hombre se da a conocer por
el modo como éste se relaciona con su prójimo. Podemos preguntar: ¿Representa
el carácter de Cristo en espíritu y en acción, o simplemente es una
manifestación natural del carácter egoísta, propio de los que pertenecen al
mundo? La simple profesión de fe no significa nada para Dios. Antes que sea
demasiado tarde para rectificar la conducta equivocada, que cada uno se
pregunte: ¿Quién soy yo? Depende de nosotros mismos desarrollar el carácter que
nos permita integrar la familia celestial, la realeza de Dios.—The Review and Herald,
9 de abril de 1895. RP 76.4
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