Procurando la paz, 10 de febrero
No haya ahora altercado entre
nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está
toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la
mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la
izquierda. Génesis 13:8, 9. CV 47.1
Abrahán volvió a Canaán
“riquísimo en ganado, en plata y oro”. Lot aún estaba con él, y de nuevo
llegaron a Betel, y establecieron su campamento junto al altar que habían
erigido anteriormente. Pronto comprendieron que las riquezas acrecentadas
aumentaban las dificultades. En medio de las penurias y las pruebas habían
vivido juntos en perfecta armonía, pero en su prosperidad había peligro de
discordias entre ellos. Los pastos no eran suficientes para el ganado de
ambos... Era evidente que debían separarse. Abrahán era mayor que Lot, y
superior a él en parentesco, riqueza y posición; no obstante, él fue el primero
en sugerir planes para mantener la paz. A pesar de que Dios mismo le había dado
toda esa tierra, muy cortésmente renunció a su derecho... CV 47.2
Este caso puso de manifiesto el
noble y desinteresado espíritu de Abrahán. ¡Cuántos, en circunstancias
semejantes, habrían procurado a toda costa sus preferencias y derechos
personales! ¡Cuántas familias se han desintegrado por esa razón! ¡Cuántas
iglesias se han dividido, dando lugar a que la causa de la verdad sea objeto de
las burlas y el menosprecio de los impíos! “No haya ahora altercado entre mí y ti”,
dijo Abrahán, “porque somos hermanos”. No sólo lo eran por parentesco natural
sino también como adoradores del verdadero Dios. Los hijos de Dios forman una
sola familia en todo el mundo, y debería guiarlos el mismo espíritu de amor y
concordia. “Amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos
con honra los unos a los otros” (Romanos 12:10), es la enseñanza de nuestro
Salvador. El cultivo de una cortesía uniforme, y la voluntad de tratar a otros
como deseamos ser tratados nosotros, eliminaría la mitad de las dificultades de
la vida. El espíritu de ensalzamiento propio es el espíritu de Satanás; pero el
corazón que abriga el amor de Cristo poseerá esa caridad que no busca lo suyo.
El tal cumplirá la orden divina: “No mirando cada uno a lo suyo propio, sino
cada cual también a lo de los otros”. Filipenses 2:4; Historia de los Patriarcas y Profetas, 125, 126.* CV 47.3
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