No debemos
hacer concesiones al pecado, 12 de febrero
Deje el impío su camino, y el
hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Isaías 55:7. RJ 49.1
Cuando se encontró el libro de
la ley en la casa de Dios, en tiempos del antiguo Israel, fue leído ante el rey
Josías. Y él rasgó sus vestiduras, y requirió de los hombres en el sagrado
oficio que preguntaran por él y por su pueblo; porque se habían apartado de los
estatutos del Señor. Reunió a todos los hombres de Israel, e hizo leer las
palabras del libro a oídos de la congregación. Se señaló el pecado de los
gobernantes y del pueblo, y el rey se levantó ante ellos y confesó su
transgresión. Manifestó su arrepentimiento e hizo un pacto para guardar los
estatutos del Señor con todo su corazón. Josías no descansó hasta que el pueblo
hizo todo lo que podía para retornar de su apostasía y servir al Dios viviente. RJ 49.2
¿No es ésta nuestra obra hoy?
Nuestros padres han transgredido los mandatos, y nosotros hemos seguido en sus
pisadas; pero Dios ha abierto el libro de la ley, y el apóstata Israel oye los
mandamientos del Señor. Sus transgresiones son reveladas, y la ira de Dios
caerá sobre cada alma que no se arrepienta y reforme cuando la luz brille sobre
su camino. RJ 49.3
Cuando Josías oyó las palabras
de advertencia y condenación a causa de que Israel había pisoteado los
preceptos del Cielo, se humilló a sí mismo. Lloró ante el Señor. Hizo una
completa obra de arrepentimiento y reforma, y Dios aceptó sus esfuerzos. Toda
la congregación de Israel entró en solemne pacto para guardar los mandamientos
de Jehová. Esta es nuestra obra hoy. Debemos arrepentirnos del pasado mal de
nuestros actos, y buscar a Dios con todo nuestro corazón. Debemos creer que
Dios quiere decir exactamente lo que dice, y no hacer ninguna concesión con el
mal en ninguna forma. Debemos humillarnos grandemente ante el Señor, y
considerar preferible cualquier pérdida a la pérdida de su favor. RJ 49.4
Cristo dejó todo para salvar a
los hombres de la consecuencia y la penalidad de la transgresión de la ley. El
camino del pesebre al Calvario fue marcado con sangre. El Hijo de Dios no se
desvió del camino de una obediencia inconmovible, aun hasta la muerte de cruz.
Sufrió todas las penurias del pecado del hombre... Les ruego en el nombre de
Cristo que confiesen sus pecados y reformen sus caminos, para que sus nombres
no sean quitados del libro de la vida, sino que sean confesados ante el Padre y
sus ángeles. Jesús está intercediendo con su sangre ante el Padre; y ahora,
mientras la misericordia se extiende y se prolonga la prueba, busquen la
aprobación del Cielo.—The Review and Herald, 29 de junio de 1911. RJ 49.5
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