Su compasión, 16 de marzo
Tomándolos en los brazos,
poniendo las manos sobre ellos, los bendecía. Marcos 10:16. EJ 83.1
Mientras Jesús desempeñaba su
ministerio en las calles de las ciudades, las madres con sus pequeñuelos
enfermos o moribundos en brazos, se abrían paso por entre la muchedumbre para
ponerse al alcance de la mirada de él. EJ 83.2
Ved a estas madres, pálidas,
cansadas, casi desesperadas, y no obstante, resueltas y perseverantes. Con su
carga de sufrimientos buscan al Salvador. Cuando la agitada muchedumbre las
empuja hacia atrás, Cristo se abre paso poco a poco hasta llegar junto a ellas.
Brota la esperanza en sus corazones. Derraman lágrimas de gozo cuando consiguen
llamarle la atención y se fijan en los ojos que expresan tanta compasión y
tanto amor. EJ 83.3
Dirigiéndose a una de las que
formaban el grupo, el Salvador alienta su confianza diciéndole: “¿Qué puedo
hacer por ti?” Entre sollozos ella le expone su gran necesidad: “Maestro, que
sanes a mi hijo”. Cristo toma al niño, y a su toque desvanece la enfermedad. Huye
la mortal palidez; vuelve a fluir por las venas la corriente de vida, y se
fortalecen los músculos. La madre oye palabras de consuelo y paz. Luego
preséntase otro caso igualmente urgente. De nuevo hace Cristo uso de su poder
vivificador, y todos loan y honran al que hace maravillas. EJ 83.4
Hacemos mucho hincapié en la
grandeza de la vida de Cristo. Hablamos de las maravillas que realizó, de los
milagros que hizo. Pero su cuidado por las cosas que se suelen estimar
insignificantes, es prueba aún mayor de su grandeza. EJ 83.5
Acostumbraban los judíos llevar
a los niños a algún rabino para que pusiese las manos sobre ellos y los
bendijera; pero los discípulos consideraban que la obra del Salvador era
demasiado importante para interrumpirla así. Cuando las madres acudían deseosas
de que Cristo bendijera a sus pequeñuelos los discípulos las miraban con
desagrado. Creían que los niños no iban a obtener provecho de una visita a
Jesús, y que a él no le agradaría verlos. Pero el Salvador comprendía el
solícito cuidado y la responsabilidad de las madres que procuraban educar a sus
hijos conforme a la Palabra de Dios. El había oído los ruegos de ellas y las
había atraído a su presencia... EJ 83.6
Cristo es hoy el mismo Salvador
compasivo que anduvo entre los hombres. Es hoy tan verdaderamente el auxiliador
de las madres como cuando en Judea tomó a los niños en sus brazos. Los niños de
nuestros hogares fueron comprados por su sangre tanto como los de antaño... EJ 83.7
Acudan, pues, a Jesús las
madres con sus perplejidades. Encontrarán bastante gracia para ayudarles en el
cuidado de sus hijos. Abiertas están las puertas para toda madre que quiera
depositar su carga a los pies del Salvador. Aquel que dijo: “Dejad los niños
venir, y no se lo estorbéis” (Marcos 10:14), sigue invitando a las madres
que le traigan a sus pequeñuelos para que los bendiga.—El Ministerio de Curación, 25-27. EJ 83.8
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