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El Calvario, corona de la obra de Dios


El Calvario, corona de la obra de Dios, 4 de marzo
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10. AFC 69.4
El amor de Dios fue el tema de Cristo cuando hablaba de su misión y de su obra. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”. Juan 10:17. Mi Padre te ama a ti con un amor tan ilimitado, pero me ama a mí más porque he dado mi vida para redimirte. Te ama, y me ama a mí más porque te amo, y doy mi vida por ti... Bien entendieron los discípulos ese amor cuando vieron a su Salvador que sufría vergüenza, reproches, desconfianzas y traición; cuando vieron... su muerte en la cruz del Calvario. Este es un amor cuya profundidad nadie puede sondear. A medida que los discípulos lo comprendieron, a medida que su percepción se aferró de la compasión divina, comprendieron que hay un sentido en el cual los sufrimientos del Hijo fueron los sufrimientos del Padre... AFC 69.5
Cuando el Redentor consintió en tomar la copa de amargura a fin de salvar a los pecadores, su capacidad de sufrir fue la única limitación para sus sufrimientos... Al morir en nuestro favor, pagó un equivalente a nuestra deuda. Así quitó de Dios toda acusación de haber disminuido la culpabilidad del pecado. El dice: Por virtud de mi unión con el Padre, mis sufrimientos y mi muerte me capacitan para pagar el castigo del pecado. Por mi muerte, se elimina una restricción de su amor. Su gracia puede actuar con eficacia ilimitada.—The Youth’s Instructor, 16 de diciembre de 1897. AFC 70.1
Cristo es nuestro Redentor. Es el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros. Es la fuente en la cual podemos ser lavados y limpiados de toda impureza. Es el costoso sacrificio hecho por la reconciliación del hombre. El universo celestial, los mundos no caídos, el mundo caído y la confederación del mal no pueden decir que Dios podía hacer más por la salvación del hombre de lo que ha hecho. Nunca puede sobrepujarse su dádiva.—The Youth’s Instructor, 17 de octubre de 1895. 

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