Nada que temer, 23 de febrero
Confirmando los ánimos de los
discípulos, exhortándolos a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es
necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios. Hechos 14:22. CDCD 60.1
Dios quiere que confiemos en él
y gocemos de su bondad. Cada día él despliega sus planes ante nosotros, y
debemos tener los ojos y la percepción necesarios para captar estas cosas. Por
grande y gloriosa que sea la plena y perfecta victoria sobre el mal que hemos
de experimentar en el cielo, no todo ha de quedar para el momento de la
liberación final. Dios quiere que algo ocurra también en nuestra vida presente.
Necesitamos cultivar diariamente la fe en un Salvador actual. Al confiar en un
poder exterior y que está por encima de nosotros mismos, al ejercer fe en un
apoyo y un poder invisibles, que aguarda las demandas del necesitado y
dependiente, podemos confiar tanto en medio de las nubes como a plena luz del
sol, mientras cantamos por la liberación y el gozo de su amor que podemos
experimentar ahora mismo. La vida que ahora vivimos debe ser vivida por fe en
el Hijo de Dios. CDCD 60.2
La vida del cristiano es una
extraña mezcla de dolores y placeres, frustraciones y esperanzas, temores y
confianza. Se siente sumamente insatisfecho consigo mismo, puesto que su propio
corazón se agita tremendamente, impulsado por pasiones avasalladoras, que ceden
ente el remordimiento, el pesar y el arrepentimiento, que a su vez dan lugar a
un sentimiento de paz e íntimo regocijo, porque sabe, cuando su fe se aferra de
las promesas reveladas en la Palabra de Dios, que cuenta con el amor perdonador
y la paciencia infinita del Salvador, a quien trata de introducir en su vida y
de incorporar a su carácter. CDCD 60.3
Son estas revelaciones, estos
descubrimientos de la bondad de Dios, los que le dan humildad al alma y la
inducen a clamar con gratitud: “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Gálatas 2:20. Tenemos razón para sentirnos
reconfortados. Tremendas pruebas procedentes del exterior pueden asediar al
alma donde mora Jesús. Volvamos a él para recibir el consuelo que él ha
provisto para nosotros en su Palabra. Las fuentes terrenales de esperanza y
consuelo nos podrán fallar, pero las fuentes superiores, alimentadas por el río
de Dios, están llenas y nunca se agotan. Dios quiere que usted aparte sus ojos
de la causa de su aflicción, y que los fije en el dueño de su alma, de su
cuerpo y de su espíritu. El es el amante del alma. Sabe cuánto vale. Es la vida
verdadera y nosotros somos los pámpanos...—Carta 10, del 23 de febrero de 1887, al Dr. J.
H. Kellogg. CDCD 60.4
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