Hacer atractiva la obediencia, 23 de febrero
He aquí yo pongo hoy delante de
vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos
de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis
los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os
ordeno hoy. Deuteronomio 11:26-28. SSJ 60.1
Los hombres y las mujeres no
deben atreverse a poner a un lado la gran norma moral de Dios y erigir una
norma de acuerdo con su propio juicio finito. Debido a que se están midiendo
entre ellos mismos, y viviendo de acuerdo con su propia norma, es por lo que
abunda la iniquidad y se enfría el amor de muchos. Se muestra desprecio por la
ley de Dios, y por causa de esto muchos se atreven a transgredirla, y aun
quienes han tenido la luz de la verdad están vacilando en su lealtad a la ley
de Dios. ¿Los barrerá hacia la perdición la corriente del mal que se está
imponiendo tan fuertemente? ¿O, con valor y fidelidad, rechazarán la marea y
mantendrán su lealtad a Dios en medio del mal prevaleciente?... SSJ 60.2
Los que profesan servir a Dios
deben emprender la obra de aliviar a los oprimidos. Deben llevar el fruto del
buen árbol. Los que verdaderamente son de Cristo, no serán causa de opresión ni
en el hogar ni en la iglesia. Los padres que están siguiendo al Señor enseñarán
diligentemente a sus hijos los estatutos y mandamientos de Dios, pero no lo
harán de tal manera que el servicio de Dios llegue a ser repulsivo para sus
hijos. Cuando los padres amen a Dios con todo su corazón, la verdad tal como
está en Jesús será practicada y enseñada en el hogar... SSJ 60.3
Debemos examinarnos a nosotros
mismos íntimamente... Debemos suplicar a Dios que nos dé colirio espiritual,
para poder discernir nuestros errores y entender nuestros defectos de carácter.
Si hemos sido críticos y condenatorios, llenos de crítica, hablando de dudas y
oscuridad, tenemos que hacer una obra de arrepentimiento y reforma. Debemos
caminar en la luz, y hablar palabras que traigan paz y felicidad. Jesús debe
morar en el alma. Y donde él está, en vez de lobreguez, murmuración y quejas
habrá fragancia de carácter.—The Review and Herald,
12 de junio de 1894. SSJ 60.4
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