Dios con nosotros, 6 de febrero
Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el
Padre; era “la imagen de Dios”, la imagen de su grandeza y majestad, “el
resplandor de su gloria”. Vino a nuestro mundo para manifestar esa gloria. Vino
a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios,
para ser “Dios con nosotros”... MGD 45.2
Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El
maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor,
es el tema en el cual “desean mirar los ángeles”, y será su estudio a través de
los siglos sin fin. Tanto los redimidos como los seres que nunca cayeron
hallarán en la cruz de Cristo su ciencia y su canción. Se verá que la gloria
que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz
del Calvario, se verá que la ley del renunciamiento por amor es la ley de la
vida para la tierra y el cielo; que el amor que “no busca lo suyo” tiene su
fuente en el corazón de Dios... MGD 45.3
Jesús podría haber permanecido al lado del Padre. Podría haber
conservado la gloria del cielo y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió
devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo, a fin
de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían... MGD 45.4
Este gran propósito había sido anunciado por medio de figuras y
símbolos. La zarza ardiente, en la cual Cristo apareció a Moisés, revelaba a
Dios... El Dios que es todo misericordia velaba su gloria en una figura muy
humilde, a fin de que Moisés pudiese mirarla y sobrevivir. Así también en la
columna de nube de día y la columna de fuego de noche, Dios se comunicaba con
Israel, les revelaba su voluntad a los hombres, y les impartía su gracia. La
gloria de Dios estaba suavizada, y velada su majestad, a fin de que la débil
visión de los hombres finitos pudiese contemplarla. Así Cristo había de venir
en “el cuerpo de nuestra bajeza” (Filipenses 3:21), “hecho semejante a los
hombres”... Su gloria estaba velada, su grandeza y majestad ocultas, a fin de
que pudiese acercarse a los hombres entristecidos y tentados.—El Deseado de Todas las Gentes, 11-15. MGD 45.5
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