Una corona para cada santo, 29 de marzo
Bienaventurado el varón que
soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la
corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Santiago 1:12. DNC 97.1
Vi un gran número de ángeles
que traían de la ciudad gloriosas coronas, una corona para cada santo, con su
nombre escrito encima. Cuando Jesús pedía las coronas, los ángeles se las
presentaban, y con su propia mano derecha, el amante Salvador las colocaba sobre
las cabezas de los santos. Del mismo modo, los ángeles trajeron arpas y Jesús
se las entregó a los santos. Los ángeles directores dieron primeramente la
nota, y entonces todas las voces se elevaron en agradecida y alegre alabanza y
todas las manos pulsaron hábilmente las cuerdas de las arpas arrancando de
ellas una música melodiosa de tonos ricos y perfectos... DNC 97.2
Dentro de la ciudad había todo
lo que podía deleitar la vista. Se podía contemplar doquiera la esplendorosa
gloria. Entonces Jesús contempló a sus redimidos; sus rostros estaban radiantes
de gloria; y mientras fijaba en ellos sus ojos amantes, dijo con voz sonora y
musical: “Contemplo el trabajo de mi alma y estoy satisfecho. Esta gloria
esplendorosa es vuestra para que la disfrutéis eternamente. Vuestros pesares
han terminado. Ya no habrá muerte, ni dolor, ni llanto, ni enfermedad”... DNC 97.3
Luego vi que Jesús conducía a
su pueblo hacia el árbol de la vida... En el árbol de la vida había
hermosísimos frutos, de los cuales los santos podían servirse libremente. En la
ciudad había un trono sumamente glorioso, del que manaba un río puro de agua
viva, clara como el cristal. A cada lado del río estaba el árbol de la vida, y
en las márgenes había otros hermosos árboles que daban frutos... DNC 97.4
El lenguaje humano es demasiado
pobre para intentar la descripción del cielo. Cuando la escena aparece delante
de mí, me abruma el asombro. Arrobada por ese resplandor insuperable y esa
excelsa gloria, dejo caer la pluma y exclamo: “¡Oh, qué amor, qué maravilloso
amor!” Las palabras más sublimes no alcanzan a describir la gloria del cielo ni
las incomparables profundidades del amor del Salvador.* DNC 97.5
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