Una
procesión real, 8 de febrero
Alégrate mucho, hija de Sion;
da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y
salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna. Zacarías 9:9. MGD 47.1
Quinientos años antes del
nacimiento de Cristo, el profeta Zacarías predijo así la venida del Rey de
Israel... Cristo seguía la costumbre de los judíos en cuanto a una entrada
real... No bien se hubo sentado sobre el pollino cuando una algazara de triunfo
hendió el aire. La multitud le aclamó como Mesías, como su Rey... No podían
encabezar la procesión triunfal con estandartes reales, pero esparcían palmas,
emblema natural de victoria, y las agitaban en alto con sonoras aclamaciones y
hosannas... MGD 47.2
Nunca antes en su vida terrenal
había permitido Jesús una demostración semejante. Previó claramente el
resultado. Le llevaría a la cruz. Pero era su propósito presentarse
públicamente de esta manera como el Redentor. Deseaba llamar la atención al
sacrificio que había de coronar su misión en favor de un mundo caído... MGD 47.3
Nunca antes había visto el
mundo tal escena de triunfo. No se parecía en nada a la de los famosos
conquistadores de la tierra. Ningún séquito de afligidos cautivos la
caracterizaba como trofeo del valor real. Pero alrededor del Salvador estaban
los gloriosos trofeos de sus obras de amor por los pecadores. Los cautivos que
él había rescatado del poder de Satanás alababan a Dios por su liberación. Los
ciegos a quienes había restaurado la vista abrían la marcha. Los mudos cuya
lengua él había desatado voceaban las más sonoras alabanzas. Los cojos a
quienes había sanado saltaban de gozo... Los leprosos a quienes había limpiado
extendían a su paso sus inmaculados vestidos y lo saludaban como Rey de
gloria... Lázaro, cuyo cuerpo se había corrompido en el sepulcro, pero que
ahora se gozaba en la fuerza de una gloriosa virilidad, guiaba la bestia en la
cual cabalgaba el Salvador... MGD 47.4
Tal escena de triunfo estaba
determinada por Dios mismo. Había sido predicha por el profeta, y el hombre era
incapaz de desviar el propósito de Dios.—El Deseado de Todas las Gentes, 523-527. MGD 47.5
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