Un amigo en la corte celestial, 8 de febrero
Bendito el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer
para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para
una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los
cielos para vosotros. 1 Pedro 1:3, 4. ELC 47.1
¿Hay alguna razón por la cual
esta esperanza viviente no debiera darnos tanta confianza y tanto gozo en este
tiempo, como lo hizo con los discípulos en la iglesia primitiva? Cristo no está
encerrado en la tumba nueva de José. El resucitó, ascendió al cielo, y debemos
ejercer nuestra fe para que el mundo pueda ver que tenemos una esperanza
viviente... ELC 47.2
Nuestra esperanza no carece de
fundamento; nuestra herencia no es corruptible. No es un producto de la
imaginación.—The Review and Herald, 6 de agosto de 1889. ELC 47.3
Leemos en la Biblia acerca de
la resurrección de Cristo de los muertos; pero, ¿actuamos como creyendo en
ello? ¿Creemos que Jesús es un Salvador viviente, que no está en la tumba nueva
de José, con la gran piedra encima, sino que se levantó de entre los muertos y
ascendió al cielo para llevar cautiva a la cautividad y para dar dones a los
hombres? ... Debemos tomarle la palabra a Cristo, creer que él vino para
representar al Padre, y que el Padre, tal como está representado en Cristo, es
nuestro amigo y que no desea que perezcamos, de otra manera no habría enviado a
su Hijo para que muriera como nuestro sacrificio. La cruz del Calvario es una
garantía eterna para cada uno de nosotros, de que Dios quiere que seamos
felices, no solamente en la vida futura sino también en esta vida.—The Review and Herald, 8 de marzo de 1892. ELC 47.4
“La muerte de Cristo acarrea al
que rechaza su misericordia la ira de los juicios de Dios, sin mezcla de
misericordia. Esta es la ira del Cordero. Pero la muerte de Cristo es esperanza
y vida eterna para todos los que lo reciben y creen en él.—Testimonios para los Ministros, 139. ELC 47.5
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