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El agua se convierte en vino, 23 de diciembre


Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria. Juan 2:11.

Durante la fiesta de bodas, de Caná de Galilea, a la cual asistió Cristo, se descubrió que por alguna causa la provisión de vino no había sido suficiente. Esto produjo mucha perplejidad y pesar. No era lo acostumbrado no servir vino en tales ocasiones, y su carencia podría parecer falta de hospitalidad. Como pariente de los contrayentes, María había ayudado en los arreglos relativos a la fiesta, y en esa ocasión le habló a Jesús para decirle: “No tienen vino”. Juan 2:3. Estas palabras sugerían que él podía satisfacer esa necesidad. Pero Jesús contestó: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora”. Vers. 4.

La respuesta de Jesús no desanimó a su madre. En el momento debido él haría su parte: “Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron”. Vers. 5-8.

Cuando llegó el momento, el milagro realizado por Cristo fue reconocido. Tan pronto como el maestro de ceremonias de la fiesta acercó el vaso a los labios y probó el vino, miró con una mezcla de alegría y sorpresa. El vino era de superior calidad, y nunca había probado uno igual. Y era vino sin fermentar. Dijo al novio: “Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora”. Juan 2:10.

Cristo no se acercó a los cántaros ni tocó el agua; simplemente los miró y con sólo eso se convirtió en el puro jugo de la vid, claro y purificado. ¿Qué efecto tuvo este milagro? “Sus discípulos creyeron en él”. Vers. 11... Mediante este milagro Cristo también dio evidencias de su misericordia y compasión. Manifestó que se preocupaba por las necesidades de los que lo seguían para escuchar sus palabras llenas de conocimiento y sabiduría.—Manuscrito 79, dario del 23 de diciembre de 1900.

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