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En los Lugares Celestiales


El jardín de las promesas de Dios, 28 de abril https://ift.tt/fy8nCGs Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Hebreos 10:36. Las promesas de Dios son como flores preciosas esparcidas en un jardín. El Señor quisiera que nos detengamos en ellas mirándolas con atención, apreciando su hermosura y el favor que Dios nos ha concedido al hacer tan ricas provisiones para nuestras necesidades. Si no fuera por la contemplación de las promesas de Dios, no comprenderíamos su misericordioso amor y compasión hacia nosotros, ni nos daríamos cuenta de la riqueza de los tesoros preparados para aquellos que lo aman. El quisiera que el alma tomara ánimo para descansar con fe en él, la única suficiencia del agente humano. Debemos enviar nuestras peticiones a través de las nubes más oscuras que Satanás pueda echar sobre nosotros, y debemos hacer que nuestra fe suba hasta el trono de Dios rodeado del arco iris de la promesa, la seguridad de que Dios es fiel, de que en él no hay mudanza ni sombra de variación. Puede parecernos que la respuesta se tarda, pero no es así. La petición es aceptada y la respuesta se otorga cuando es esencial para el mayor bien de quien la elevó, y cuando su cumplimiento ha de obrar al máximo para nuestro interés eterno. Dios esparce sus bendiciones a lo largo de todo nuestro sendero para iluminar nuestro camino hacia el cielo... Debemos allegarnos al trono de la gracia con reverencia, recordando las promesas que Dios ha dado, contemplando la bondad de Dios y ofreciendo alabanzas de agradecimiento por su inmutable amor. No debemos confiar en nuestras oraciones finitas, sino en la palabra de nuestro Padre celestial, en la seguridad de su amor por nosotros. Nuestra fe puede ser probada por la demora, pero el profeta nos ha instruido en cuanto a lo que debemos hacer diciendo: “¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios”. Isaías 50:10.—The Review and Herald, 19 de noviembre de 1895.

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