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Sabbath School


Comentarios Elena G.W https://ift.tt/KrUBL0g El apóstol Pablo fue grandemente honrado por Dios, pues fue arrebatado en visión santa hasta el tercer cielo, donde contempló escenas cuyas glorias no podrían ser reveladas a los mortales; sin embargo, todo esto no lo indujo a jactarse ni a tener confianza propia. Comprendía la importancia de una constante vigilancia y de abnegación. Claramente afirma: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”… Pablo sufría de una afección corporal: su vista era deficiente. Pensó que con oraciones fervientes podría eliminarse ese mal; pero el Señor tenía un propósito, y le dijo a Pablo: No me hables más de este asunto. Es suficiente mi gracia. Hará que puedas soportar la dolencia (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 6, p. 1107). Cuando nosotros mismos nos encargamos de manejar las cosas que nos conciernen, confiando en nuestra propia sabiduría para salir airosos, asumimos una carga que él no nos ha dado, y tratamos de llevarla sin su ayuda. Nos imponemos la responsabilidad que pertenece a Dios y así nos colocamos en su lugar. Con razón podemos entonces sentir ansiedad y esperar peligros y pérdidas, que seguramente nos sobrevendrán. Cuando creamos realmente que Dios nos ama y quiere ayudarnos, dejaremos de acongojarnos por el futuro. Confiaremos en Dios así como un niño confía en un padre amante. Entonces desaparecerán todos nuestros tormentos y dificultades; porque nuestra voluntad quedará absorbida por la voluntad de Dios. Cristo no nos ha prometido ayuda para llevar hoy las cargas de mañana. Ha dicho: “Bástate mi gracia”; (2 Corintios 12:9) pero su gracia se da diariamente, así como el maná en el desierto, para la necesidad cotidiana. Como los millares de Israel en su peregrinación, podemos hallar el pan celestial para la necesidad del día (El discurso maestro de Jesucristo, p. 85). Al cristiano se le exige energía incansable; sin embargo, no está obligado a luchar con sus propias fuerzas; el poder divino aguarda que él lo pida. Cualquiera que esté luchando sinceramente por vencerse a sí mismo, liará suya la promesa: “Bástate mí gracia.” Merced al esfuerzo personal unido a la oración de fe, el alma se va instruyendo. Día tras día el carácter se va desarrollando a la semejanza de Cristo… Es posible que se necesite ardua lucha para vencer algunos hábitos que se han cultivado durante mucho tiempo; pero podremos triunfar mediante la gracia de Cristo... Si somos fieles a las indicaciones del Espíritu de Dios, iremos de gracia en gracia y de gloria en gloria hasta recibir el toque definitivo de la inmortalidad (Mi vida hoy, 5 de abril, p. 103).

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