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El Cristo Triunfante


Nuestra influencia es un poder para bien o para mal, 22 de julio https://ift.tt/aKUIWsP “Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”. Daniel 12:13. La obra de los representantes de Cristo debe ser similar a la de su Redentor. Deben comunicar lo que es celestial y divino. No deben contemplarse ellos mismos ni confiar en el yo. No deben hacer una evaluación demasiado alta de sus propios esfuerzos, pues cuando vean que otros no consideran sus labores de tanto valor como ellos mismos las estiman, llegan a sentir que no vale la pena seguir trabajando. Pero ésta es la obra del enemigo. No vivimos para los hombres sino para Dios... Los verdaderos cristianos tendrán una experiencia como la de Cristo en el desierto de la tentación, especialmente quienes participen en la tarea de rescatar almas de los ardides de Satanás. Enfrentarán los ataques del enemigo de toda justicia y, al igual que Cristo venció, ellos también han de vencer por su gracia. Los cristianos no debieran sentir que están abandonados de Dios por estar sujetos a tentaciones. Si permanecen inconmovibles ante las tentaciones, Satanás los dejará y los ángeles acudirán a ministrar en favor de ellos como lo hicieron con Jesús. No hay consuelo que se asemeje al que disfrutan los cristianos cuando luego de sufrir con paciencia la tentación, Satanás ha sido derrotado. Han testificado de Jesús, confiando plenamente en la Palabra de Dios, “Escrito está”, y así han resistido cada avance de Satanás y, luego de ponerlo en retirada, han alcanzado la victoria. No despreciemos a ninguna persona porque haya sido severamente tentada y las olas hayan llegado hasta su cabeza. Debemos recordar que Jesús fue duramente tentado en todo punto así como nosotros somos tentados, por eso él puede socorrer a quienes padecen tentación... Todos ejercemos una influencia personal, y nuestras palabras y acciones dejan una impresión indeleble. Es nuestro deber vivir, no para el yo, sino para el bien de otros; no para ser manejados por nuestros sentimientos, sino para tener en cuenta que nuestra influencia es un poder para el bien o para el mal. O somos una luz que estimula o una tempestad que destruye... La ley de Dios requiere que nos amemos unos a otros así como nos amamos a nosotros mismos. Entonces todo poder y acción de la mente se orientará hacia ese objetivo: hacer todo el bien que sea posible... ¡Cuán placentero es para el Dador de los dones que los retengamos y manifestemos su poder a otros! Estos dones son el nexo entre Dios y los seres humanos y revelan el espíritu de Cristo y los atributos del cielo. El poder de la santidad—la que se ve sin que provoque jactancia—habla en forma más elocuente que el mejor de los sermones. Habla de Dios y revela a hombres y mujeres su deber de un modo más poderoso que las palabras.—Carta 39, 1887.

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