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El Cristo Triunfante


La euforia espiritual no impide el desánimo, 5 de junio https://ift.tt/HbOcd5I “Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos”. 1 Reyes 19:2. Por valiente, exitoso e intrépido que haya sido el pueblo de Dios en realizar una labor especial, a menos que constantemente busquen a Dios y continúen teniendo confianza en la obra que él les ha confiado, perderán su valor. Después que el Señor les haya otorgado una maravillosa revelación de su poder, estimulándolos a hacer la obra de Dios, surgirán circunstancias que probarán su fe y a menos que confíen por completo en el Señor, fracasarán. Así ocurrió con Elías. Con la ayuda de Dios había derrotado a los profetas de Baal. Pero se desanimó por los resultados de la manifestación de Dios. Bajo las amenazas de una reina impía se desvanecieron su valor y su fe. Perdió de vista al Señor a cuyo cuidado estaba y, sin que nadie se lo ordenara, huyó para salvar su vida. Estaba bajo una terrible depresión, pues había esperado demasiado del milagro que se produjo delante del pueblo. Si Elías, sabiendo que había cumplido la voluntad divina, hubiera mantenido su confianza en Dios, y hecho de Dios su fuerza y su refugio y hubiese permanecido firme e inamovible en la verdad, la impresión hecha sobre el rey y sobre el pueblo habría producido una reforma. Elías fue puesto a prueba bajo la inspiración de Dios, pero cuando los enviados trajeron el amenazador mensaje de Jezabel y se lo gritaron en sus oídos, despertando de su profundo sueño, perdió su confianza en Dios.... Este era el momento en que debía haber manifestado valor en el Señor y una fe viva y activa. No debió huir de su responsabilidad. Dios le había dado una maravillosa demostración de su poder con el propósito de indicarle que no lo abandonaría, que su poder era plenamente suficiente para sostenerlo, pues él era el Dios de los poderes del cielo y de la tierra. Pero Elías olvidó a Dios y huyó... “Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido... Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate, come, porque largo camino te resta”. Mi corazón se conmueve dentro de mí cuando leo las palabras de la Sagrada Escritura y veo el interés que la familia celestial despliega en los siervos fieles del Altísimo: “Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios”.—Carta 62, 1900.

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