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Cada Día con Dios


No rechacemos la verdad, 20 de mayo https://m.egwwritings.org/es/book/1699.1090#1090 Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados. Hebreos 10:26. La fiesta celebrada en casa de Simón atrajo a muchos judíos porque sabían que Cristo estaba allí. Y vinieron no solamente para ver a Jesús, sino a Lázaro, a quien había resucitado. La resurrección de Lázaro fue el milagro culminante de la vida de Cristo. La nación judía había recibido su última prueba. Lázaro había sido resucitado de entre los muertos para dar testimonio en favor de Cristo. Muchos pensaron que Lázaro tendría un maravilloso incidente que relatar. Estaban sorprendidos de que no les dijera nada. Pero Lázaro no tenía nada que decir. La pluma que movió la inspiración nos ha dado luz acerca de este punto: “Los muertos nada saben... su amor y su odio... fenecieron ya”. Eclesiastés 9:5, 6. Pero Lázaro tenía un maravilloso testimonio que dar con respecto a la obra de Cristo. Era un testimonio viviente del poder divino. Con seguridad y poder declaró que Cristo era Hijo de Dios, e interrogaba a la gente acerca de lo que podría ganar si daban muerte a Cristo. Los sacerdotes recibieron evidencias contundentes de la divinidad de Cristo. Pero estaban decididos íntimamente a resistir toda luz, y cerraron las cámaras de la mente para que la luz no pudiera entrar. El honor atribuido a Jesús exasperaba a los escribas y fariseos. Se consultaron acerca de la posibilidad de dar muerte a Lázaro también, “porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús”. Juan 12:11. El testimonio de Lázaro era tan claro y convincente que los sacerdotes no podían resistir sus argumentos... Por lo tanto trazaron planes para dar muerte a Lázaro... Resolvieron eliminar a Lázaro en secreto, para que de ese modo la muerte de Cristo tuviera menos publicidad. Argumentaban que el fin justificaría los medios, pero que no invitarían a sus concilios ni a Nicodemo ni a José de Arimatea, para que no se opusieran a sus designios asesinos. No tenían acusación alguna que lanzar contra Lázaro; no obstante, en lugar de admitir evidencias que no se podían negar, complotaron para matarlo. Así harán los hombres cuando se separen de Dios. Cuando la incredulidad toma posesión de la mente, el corazón se endurece y no hay nada que lo pueda ablandar.—Manuscrito 47, del 20 de mayo de 1887, “Judas”.

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