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Comentarios Elena G.W para la Escuela Sabática https://ift.tt/LR7MbuC Dios nunca se ha quedado sin testigos en la tierra. En un tiempo, Melquisedec representó al Señor Jesucristo en persona para revelar la verdad del cielo y perpetuar la ley de Dios. Fue Cristo quien habló por medio de Melquisedec, el sacerdote del Dios altísimo. Melquisedec no era Cristo, sino la voz de Dios en el mundo, el representante del Padre. Y a través de todas las generaciones del pasado, Cristo ha hablado; Cristo ha guiado a su pueblo y ha sido la luz del mundo. Cuando Dios eligió a Abrahán como representante de su verdad, lo sacó de su país, lo alejó de su parentela y lo apartó. Deseaba modelarlo de acuerdo con su propio modelo. Deseaba enseñarle de acuerdo con sus propios planes (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, pp. 1106, 1107). En la economía hebrea, una décima parte de las rentas del pueblo se reservaba para sufragar los gastos del culto público de Dios… Pero el origen del sistema de los diezmos es anterior a los hebreos. Desde los primeros tiempos el Señor exigió el diezmo como cosa suya; y este requerimiento fue reconocido y cumplido. Abrahán pagó diezmos a Melquisedec, sumo sacerdote del Altísimo. Génesis 14:20. Pasando por Bethel, desterrado y fugitivo, Jacob prometió al Señor: “De todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti”. Génesis 28:22. Cuando los israelitas estaban por establecerse como nación, la ley del diezmo fue confirmada, como uno de los estatutos ordenados divinamente de cuya obediencia dependía su prosperidad. El sistema de los diezmos y de las ofrendas tenía por objeto grabar en las mentes humanas una gran verdad, a saber, que Dios es la fuente de toda bendición para sus criaturas, y que se le debe gratitud por los preciosos dones de su providencia (Historia de los patriarcas y profetas, p. 564). El dinero es una bendición cuando aquellos que lo utilizan consideran que son los mayordomos del Señor, que están manejando el capital del Señor, y que algún día deben rendir cuentas de su mayordomía… ¿Revela vuestro libro de cuentas que habéis negociado fielmente con vuestro Dios? ¿Sois pobres? Entonces dad vuestro poco. ¿Habéis sido bendecidos con abundancia? Entonces aseguraos de apartar lo que el Señor registra como suyo… El descuido de confesar a Cristo en vuestros libros de cuentas, os priva del gran privilegio de tener vuestro nombre registrado en el libro de la vida del Cordero. Nuestro Padre celestial nos enseña mediante su propio ejemplo de benevolencia. Dios nos da constante y abundantemente. Toda bendición terrena procede de su mano. ¿Y qué acontecería si el Señor dejara de derramarnos sus dones? ¡Qué clamor de miseria, sufrimiento y necesidad subiría de la tierra! Diariamente necesitamos la indispensable corriente del amor y de la bondad de Jehová (Nuestra elevada vocación, p. 194).

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