La cosecha de la cruz, 6 de abril
De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en
la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. Juan 12:24. ATO 108.1
Podemos ver en esta época la necesidad de atraer a los hombres a
Cristo. Esto los atraería los unos a los otros en esa confianza, en ese amor y
unidad por los cuales Cristo rogó en su última oración con y por sus
discípulos. Esta unidad era esencial para su crecimiento espiritual. El mundo
es un campo de batalla sobre el cual los poderes del bien y del mal están en
guerra incesante. Cuando la obra de Cristo parecía encaminarse a la derrota,
cuando a los discípulos les parecía que no había esperanza, algunos griegos se
acercaron a ellos, diciéndoles: “Quisiéramos ver a Jesús”. Juan 12:21. Este pedido mostró a Cristo, quien
estaba entonces a la sombra de la cruz, que la ofrenda de su sacrificio traería
a todos los que creyeran una perfecta armonía con Dios. Por medio de esta
propiciación por los pecados del hombre, el reino de Cristo se perfeccionaría y
extendería a través del mundo. El actuaría como nuestro Restaurador. Su
Espíritu prevalecería por doquier. ATO 108.2
Ninguno de sus contemporáneos ni aun los discípulos, comprendieron
la naturaleza del reino de Cristo. Parecían incapaces de aceptar que Jesús no
se sentaría en el trono de David, que no tomaría el cetro para reinar como
príncipe temporal en Jerusalén, gloriosamente, delante de los ancianos. ATO 108.3
Cristo escuchó el clamor ansioso y ávido, “quisiéramos ver a
Jesús”. Estos griegos representaban a las naciones, tribus y pueblos que
habrían de despertar a su gran necesidad de un poder exterior y superior al
poder finito. Por un momento Cristo contempló el futuro y escuchó voces que
proclamaban en todos los lugares de la tierra: “He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Esta anticipación, la consumación
de sus esperanzas, se expresó en sus palabras: “Ha llegado la hora para que el Hijo
del hombre sea glorificado”. Juan 12:23. Sin embargo, la manera mediante la
cual esta glorificación habría de ocurrir nunca estuvo ausente de la mente de
Cristo. El mundo podía salvarse solamente por su muerte. Como el grano de
trigo, el Hijo del hombre debía ser echado en la tierra, morir y ser sepultado;
¡pero viviría otra vez! ATO 108.4
En cada cosecha se repite esta lección del grano de trigo. Los que
cultivan el suelo tienen siempre delante de sí la ilustración de las palabras
de Cristo. La semilla sepultada en el suelo produce mucho fruto, y cuando llega
el momento también las semillas de este fruto son plantadas. De esta manera la
cosecha se multiplica. La siega de la cruz del Calvario rendirá fruto para vida
eterna. Y contemplarlo será la gloria de los que vivirán a través de las edades
eternas. Con esta lección, Cristo ejemplifica la abnegación que debemos
practicar.—Manuscrito 33, del 6 de abril de 1897,
“Quisiéramos ver a Jesús”.*
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